Saber situar un vino en un determinado lugar dentro de un menú, forma parte de la experiencia que ha de tener cualquier persona interesada en la gastronomía, ya sea profesional (cocinero, sumiller, prescriptor) como aficionado al mundo del vino que bucea en las raíces de la cultura vitivinícola. Hay ciertas reglas, que permiten que un plato realce un vino, y viceversa, que un vino potencie un plato. Estas serían las reglas más conservadoras, no obstante la experimentación está servida y la elección final debe ser del comensal.
Como utilidad debemos pensar en el vino como prolongación del plato, como una última salsa que debe proporcionar una satisfacción final al paladar, mantener ese placer el mayor tiempo posible sería el principal objetivo.
En la práctica hay algunas cosas a tener en cuenta que nunca fallan y a partir de ahí todo es posible:
üVinos muy ácidos refuerzan y dan vida a platos con poca sal, como pollo hervido, cremas de verduras, pescado.
üVinos ricos en taninos están reñidos con la sal.
üVinos con alta graduación alcohólica ayudan a digerir platos grasos.
üVinos dulces y de licor son un buen acompañamiento para los foies, quesos azules, picantes.
üVinos rosados combinan bien con la charcutería.
üVinos blancos maridan bien con comidas frías.
Aunque ya se sabe, que sobre gustos no hay nada escrito.
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