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Tacoronte Acentejo

Durante los días 2 y 3 de noviembre se celebrará en la Universidad de La Laguna un encuentro internacional organizado por la Comisión Europea sobre el concepto de resiliencia aplicado a los territorios insulares. En su programación incluye una mesa redonda sobre agua, agricultura y alimentación.

El concepto de la resiliencia, originado en la física para indicar la capacidad de un cuerpo para volver a su estado original después de un impacto, está de moda en las ciencias sociales. En la búsqueda de sistemas locales con amplia capacidad de adaptación en un mundo globalizado, los territorios insulares constituyen un laboratorio de especial interés: son pequeños, claramente delimitados y suelen depender de sus intercambios con el exterior. Para estos territorios es especialmente relevante esta capacidad de adaptación.

Es en este contexto donde conviene resaltar la importancia que tiene el mundo rural y sus actores en el mantenimiento de esta ansiada resiliencia, tanto por su aportación al autoabastecimiento con alimentos como por la contribución al mantenimiento de un espacio social en directo contacto con la gestión de los recursos naturales en general.

La importancia de las familias del medio rural es fácil de ilustrar con una pregunta: ¿qué sería de Tenerife sin el empeño productivo de estas personas, empeño muchas veces alejado de criterios de mera rentabilidad económica? Piénsese en los paisajes tan importantes para propios y extraños, frenar la desertización en el contexto del cambio climático, convertir el dióxido de carbono generado por la actividad humana en oxígeno que podamos respirar, o elaborar alimentos frescos de calidad que contribuyen a nuestra salud.

Y la resiliencia de este tejido social ha quedado ampliamente demostrado durante los siglos de historia económica de Canarias. Poca referencia se hace a ellos en los libros, tan centrados en los éxitos exportadores, pero siempre han sido centrales para el funcionamiento del sistema regional. Tendríamos que abandonar el relato de los “monocultivos” y reconocer esta centralidad. Con una puesta en valor tanto social como económica de la agricultura, transitando de una narrativa de “restos del pasado” a otra de “vanguardia del futuro”. Y a lo mejor la Comisión Europea tiene esto más claro que nosotros mismos.


D.G.

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