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Tacoronte Acentejo

En las comidas celebradas en familia, la proliferación de refrescos sobre la mesa no se cuestiona por parte de la mayoría de la población como un elemento social. Sin embargo, ha cambiado considerablemente el que los padres y/o abuelos permitan a sus hijos probar el vino —ni siquiera en ocasiones especiales— pues se asocia con la incitación al consumo de alcohol: “error”. El consumo de vino alrededor de una comida familiar puede ser, sin duda alguna, uno de los recuerdos juveniles que se arrastre de manera positiva como cultura enológica, educando a jóvenes en las tradiciones, en el placer de acompañar el vino con la comida y a desarrollar sin trabajo ninguno la capacidad olfativa y descriptiva del conjunto de olores y sabores. No debemos confundir el vino —que es parte de nuestro patrimonio cultural, históricamente unido a nuestras comidas diarias, elemento indispensable antaño junto con el pan en el día a día de nuestras casas— con el consumo de alcohol, y por ende,  con  la incitación a nuestros hijos al consumo del mismo.

Integrar el vino como parte de la comida, permitir a los más jóvenes olerlo, hablar del mismo como patrimonio cultural, como elemento de nuestra tierra y nuestro trabajo en el campo, puede ser una lección enológica en la mesa familiar

Mari Paz Gil

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