“En la próxima luna menguante, una cuadrilla de podadores nos podarán con el clic-clac de sus tijeras. ¡Ooooh! ¡Qué chulas quedamos tan bien afeitaditas! Sólo nos dejan tres yemitas para que salgamos con más vigor. Entonces se nota un hormigueo por nuestros vasos…¡Ji, ji, ji, qué cosquilleo! Por dentro se me está moviendo toda la savia. Y como este invierno ha llovido mucho, estamos hidratadas. Mira, mira cómo se nos hinchan las yemas … ¡Si parecen botones!”
(Extracto de “Historia de dos racimos” de Jesús Bayón Fuentes, en VINALETRAS nº3)
Efectivamente estamos en pleno mes de poda. La conocida como “poda de invierno o poda en seco” pertenece, sin lugar a dudas, a Febrero en esta parte del globo terráqueo. La poda consiste en la supresión de órganos de la vid, principalmente sarmientos en esta época. Es una de las tareas que más influyen en la calidad y cantidad de fruto a recolectar en el futuro. Con ella, limitamos el crecimiento incontrolado de la cepa, limitamos el número de yemas adaptándola a la capacidad de crecimiento de la planta y conseguimos adecuar la futura cosecha en busca de una calidad adecuada. A la hora de podar en seco lo debemos hacer con tijeras bien afiladas de tal forma que podamos conseguir un corte limpio; el mismo debe realizarse en el entrenudo siguiente a la última yema que se deja, inclinándose sobre el lado contrario a la yema, con el fin de que si hay “lloro de la vid”, este no se derrame sobre la misma.
En función de la cantidad de yemas que se dejen en el sarmiento, podemos clasificar las podas como:
Podas cortas: Se dejan sólo pulgares con dos yemas.
Podas largas: Sólo se dejan varas, con tres, cuatro o más yemas.
Podas mixtas: Se combinan pulgares y varas.
Durante los primeros años de vida de la cepa lo que se realiza es una poda de formación. La misma puede durar tres o cuatro años. Luego se realiza anualmente con el fin de mantener la formación de la cepa y equilibrar su vigor y producción.
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