Las bebidas más consumidas en mi barrio en bares, tascas o cafeterías son el café cortado, la cerveza y el vino. Esto no es algo raro en mi barrio; es más, creo que dicho patrón se da también probablemente en el resto del territorio nacional.
En mi barrio, dependiendo del bar o cafetería, un café cortado –y sus distintas modalidades: corto, largo, barraquito, leche y leche, …–suele costar entre 0,80€ y 1,20€, dependiendo más del “glamour” del lugar que del producto en sí. En el supermercado del barrio, un tetrabrik de un litro de leche cuesta entre 0,60€ y 0,95€ dependiendo de la marca; y el paquete de café molido de 250 gramos puede rondar 1,30€ e incluso menos.
En el caso de las cervezas, los precios también varían en el bar según los formatos o marcas en mi barrio; siendo carísimas las autodenominadas “artesanas” con precios oscilantes entre 2,20€ y 3€ si te despistas; y más asequible a los bolsillos los botellines tradicionales o cañas, que puedes encontrar alrededor de 1€ o de 1,50€. Obviamente, si acudo al supermercado de la esquina estos precios por unidad nunca llegan a 1€ (observación: las cervezas artesanas no suelen estar en los lineales de los supermercados; ya se sabe, son exclusivas y limitadas).
En el caso del vino, la copa suele costar en bar o tasca entre 1,50€ y 2,30€ con la particularidad siguiente que siempre me ha llamado la atención: el precio de la copa de vino es inversamente proporcional a la distancia kilométrica de procedencia del vino; esto es, la copa de vino más cara se corresponde con el vino que se hace a la vuelta de la esquina, en mi propio barrio o en el de al lado. Mención aparte –seguramente para un debate mayor– es apuntar que con dos copas de vino de mi barrio en la tasca de mi barrio, me compro una botella de ese vino en la bodega de mi barrio.
Seguramente todos tengan razón –desde el restaurador al distribuidor o el propio bodeguero– con argumentos que llevan a instaurar tales precios disparatados que no convencen a todos los involucrados (céteris páribus el resto de variables que condiciona al local: calidad del producto, alquiler, salarios, gastos de mantenimiento, impuestos, …); pero obviamente, flaco favor se hace en la apuesta por el producto local y el paisaje que genera. Concretamente en el caso del vino, supongo que al bar en cuestión irán cada día más viticultores y bodegueros de mi propio barrio que aquellos “viticultores y bodegueros que viven en la Conchinchina aunque sus vinos estén en el barrio”; de ahí que los que conocemos los precios en origen (bodega) nos sorprendamos continuamente con los precios de “nuestros vinos en la barra del bar del barrio”. Quizás es de suponer que el encuentro social que proporciona el bar vale merecidamente pagar ese plus que nos ahorraríamos consumiéndolo en casa; lo digo como consumidor, más que nada por buscar una respuesta al trampantojo establecido.
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